martes, 16 de agosto de 2011

LA VOLUNTAD DE LA IGLESIA

Segunda parte de La Voluntad.

CAPÍTULO 2. La voluntad de la iglesia.

La noche había comenzado a los ojos de Ester. Pestañeó, obligando a sus pupilas a acostumbrarse a la negrura nocturna. No recuerda cuanto tiempo lleva en su mercería “Punto a punto”, pero hace horas que no siente la necesidad de comer. Con la mirada perdida, y la cabeza inquieta, solo podía alcanzar a respirar por si sola. La enorme marabunta humana se desplazaba hacia abajo, iluminada con las farolas de la calle. Ester no se preguntaba porque las luces seguían encendidas, al igual que no sabía que la central eléctrica fue atacada hace dos días, y que lo que está viendo son las últimas luces artificiales que vislumbrará. No lo entiende, no lo comprende, no se percata de ello.

Ella miraba la calle, miraba los rostros grotescos con forma humana. No eran ellos, reconocía a personas, gente con la que se había cruzado por la calle. Dejó de mirar, era demasiado doloroso. Se limitó ha hacer una mueca con los labios a modo de desprecio, y siguió a la ventana del bajo nº23 de la C/ Alcalde Alberto García Reyes.

Sin prestar atención, los pies deformes y aquejumbrados iban profiriendo ese sonido caracteristico propio de arrastrar tela. La mirada muerta y vacía de Ester pasaba rostros sin mandar al cerebro la necesidad de buscarlos en su base de datos, hasta que...

...La vio. No era ella, por supuesto, no podía ser. No quedó nada de ella, pero se parecía tanto. Tenía el mismo pijama, el mismo corte de pelo y ésta arrastraba un oso de peluche mugriento y lleno de sangre.

- Lucia...- Resbaló por sus secos labios. - ¿Lucia, eres tu, hija mía...? - Las palabras salían como un hilo de agua cayendo por una botella de plástico rota.

No hubo respuesta. Nadie le contestó, y la nueva Lucía, siguió su camino hacia la dirección que tanto otros muertos llevaban. Tantos pies y tanta mugre impedía ver a Ester el lugar donde vio por última vez a Lucía, el rastro de sangre, trozos de ropa rasgados y carne masticada.

Su mente se dividió... Empezó a rezar..

- Uno, dos, tres, cuatro... Uno, dos, tres cuatro...

Se sentía muy cansada, tenía los ojos rojos, y un temblor en las manos. Padecía de parkinson, no muy grave al menos por le momento. Llevaba días sin tomar sus medicinas, estaban en casa.

Se escuchó una explosión, seguido de un “bhummm...” muy apagado proveniente del tendido eléctrico. Todas las luces se apagaron. A Ester se le erizó el vello. Era mejor verlos, desde luego. Cerró los ojos, murmurando nuevamente su mantra agónico...

- Uno, dos, tres, cuatro... Uno, dos, tres, cuatro...

Agarraba con fuerza y acariciaba frenéticamente una cruz de madera, con una talla que decía “Traemela de vuelta” en uno de las superficies. Pasados unos minutos, mas relajada, volvió a abrir los ojos, y vio una débil luz de una vela. Soltó la cruz, se puso de pié. Esa luz, pertenecía a la iglesia de enfrente, a apenas 6 metros de distancia. Si conseguía avisarles, podría entrar.

- Me dejarán entrar, y todo se habrá solucionado. Siempre se soluciona todo... Uno, dos, tres, cuatro...

Mientras tanto, David terminaba de comer a la luz de un cirio un plato de lentejas frias de bote que Anselmo guardaba en una pequeña alacena. Aunque no les gustasen, las devoraba como si fuera lo último que comiera en su vida. En cambio, el padre Anselmo estaba de rodillas, rezando, mirando una enorme cruz donde un hombre barbudo fue sacrificado hace casi 2000 años.


Ester estaba eufórica, pensando como podía hacerse notar sin que los monstruos lo hicieran también. Sus ojos pasaban por la negrura del lugar buscando objetos largos. Dio con una escoba, una fregona y algunas agujas de lana. Empezó a unir las piezas lo más rápido posible. Hizo un lanzador con una de las agujas y la lana. De tal forma, y durante los próximos 10 minutos, estuvo haciendo probaturas para saber si llegaría a tocar la vidriera. Al fin, al minuto 23 y a los 57 intentos, dio un golpe sonoro contra la vidriera.

Anselmo, dio un respingo. Algo había golpeado una vidriera a la altura de 3 metros... Mandó a su feligrés ir a ver que ocurría, y le dijo..

- No lleves armas, tranquilo. Dios está de nuestra parte...

- ¿A que te ref... - Empezó a preguntar David, pero se contuvo. Recordaba que horas antes había sucumbido al golpe del padre. Una lágrima imaginaria amaneció al borde de su cordura. - … Si, por supuesto.

David se levantó, con el cuchillo de la comida en la mano derecha, oculto tras el brazo a modo de puñal. Se acercó a la vidriera, y miró por la ventana. Vio a una cantidad ingente de hombres y mujeres mutilados, ensangrentados y sin voluntad propia. Tan solo, andaban, como si de un camino hecho por hormigas se tratase. Y al otro lado de la calle, se encontraba otro muerto viviente, andando y haciendo gestos extraños desde dentro de una vieja y mugrienta tienda de barrio. Una mujer menuda, de unos treinta años, desarreglada y a oscuras hacía señas desde el otro lado de la calle. Era una viva, “¡¡Una persona viva!!” pensó David. Debo decirselo.

- ¡Está viva! ¡Hay una mujer viva! - Gritó David a pleno pulmón, aunque no se duera cuenta. - Mire, Padre, es enfrente, en una tienda de telas...

- Si, supongo que seguirá viva.

-¿Como que supongo? - Dijo David intrigado.

- Ella es una mujer de Dios, y Dios tiene planes muy importantes para nosotros. Seremos el futuro. Pero no quiero adelantar nada, todo se sabrá en su momento.

Mientras Anselmo hablaba, David no había mas que pensar si él estaba deseando que Anselmo no estuviera, para que querría la muchacha de enfrente venir aquí. ¿Tan sola se sentía?

Y mientras David entraba en una vorágine de pensamientos filosóificos, Esther empezaba a planear su huída…

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